El día que López Obrador levantó el brazo a Sheinbaum y le dio un beso en la mejilla, ahí, afuera de Palacio Nacional, fue cuando momentos antes, en una reunión de camaradería, el presidente (visiblemente satisfecho) le aseguró que “no buscaría nunca intervenir en sus decisiones aunque algo no le cuadrara”.
Y es que (realmente) AMLO sabe que no habrá algo que “no le cuadre” en el actuar de su heredera, pues aunque Sheinbaum gobierne con su estilo, lo cierto es que no lo hará por afuera de los estatutos escritos (y no escritos), de la Cuarta Transformación.
Ese día que AMLO y Sheinbaum platicaron en Palacio Nacional sólo hubo dos peticiones expresas, mismas que en algún otro momento ya habían sido abordadas: aprobar la reforma judicial durante su gestión aún y, claro, buscar que su hijo Andy tuviera opciones de llegar a la silla en el 2030.
Además, en esa charla previa “al beso en la mejilla”, avanzaron sobre la necesidad de dar continuidad al IMSS con Zoé Robledo y de colocar a alguien de entera confianza para Sheinbaum en el ISSSTE, en la figura de Martí Batres, pues a todas luces se había hecho mejor trabajo en el primero que el segundo.
En esa reunión AMLO le aseguró a Sheinbaum que ni por asomo buscaría intervenir en sus decisiones, porque de sobra sabía que “honraría a la cuatroté” empujando la elección de jueces y magistrados por voto popular.
Ahí fue cuando acordaron viajar juntos por la República para festejar el triunfo, pero al mismo tiempo en el afán de que la gente se percatara que la continuidad estaba garantizada, sólo que ahora bajo la conducción de Sheinbaum.
En esa reunión AMLO le pidió a Sheinbaum ser cautelosa con el Verde y el PT, pues aunque eran buenos aliados, había personajes que podrían querer (en su momento) quitarle o disputarle la selección de candidato a Morena en el 2030, “eso es un privilegio que sólo corresponde al movimiento y a nadie más”, dijo el de Tabasco.
Veremos qué ocurre, y si en verdad ocurre.