Tuvo los espacios más lujosos, cuidados, limpios y espaciosos; escuchaba música en un equipo de sonido alemán cuyo precio rondaba los 500 mil morlacos; bebía vino «Screaming the Eagle», el cual, por botella, valía la friolera de 200 mil pesos, se tomaba cuando menos 3 frascos con los amigos, me cuentan; llevaban a su mesa en ostentosas charolas los bocadillos o canapés más caros y exóticos, algunos con combinaciones increíbles; no cabe duda, se las gastaba bien Javier Duarte, ¡qué digo bien!, excelente, cuando era Gobernador.
En Guatemala, el veracruzano está en un espacio de cuando mucho 3 por 3 metros cuadrados; dormía en una plancha de concreto, a la cual, desde la semana pasada, le fue permitido colocar una delegada colchoneta y sábanas; la humedad en las paredes no es visible, pero el olor las delata; a cualquier hora del día, se pasean cucarachas e insectos en el piso y paredes. ¡Qué mal la pasa Javier Duarte, ahora que no es Gobernador!
El penal de Matamoros donde transcurre sus horas Duarte es un auténtico horno; para su mala fortuna, lo atraparon cuando arrancaba la temporada más caliente del año en Centroamérica, y en varias de las celdas no hay ventiladores para mitigar un poco el calor. Se suda a los 5 minutos de entrar. Me dicen que cuando los internos toman su hora de sol, voltean al cielo y piden no regresar al interior, pues ahí adentro es un gran invernadero.
Hace unos días, Javier Duarte se quejó de maltratos físicos y psicológicos que le propinaban tanto custodios como internos. Su abogado pidió se revisara la integridad del mexicano para constatar dichas vejaciones. El Juez permitió que el ex gobernador saliera dos horas de Matamoros, y así, pudieran evaluarlo en el Instituto de Ciencias Forenses.
La estrategia de Duarte y sus abogados consistía en buscar ser trasladado a otro penal, uno más ligero, menos riguroso. No funcionó. La instancia forense guatemalteca dictaminó que el ex gobernador no había sido vejado físicamente, y que además, no tenía ningún trastorno mental provocado por maltratos en Matamoros.
En las celdas que flanquean a la de Duarte hay líderes de los Mara Salvatrucha. El ex gobernador alega que a cualquier hora le amenazan y atemorizan; que los custodios «se ríen del mexicano, se mofan de su cuerpo, y además, se burlan por lo enorme que abre los ojos cuando se sorprende; Javier no ha hecho muchos amigos, más bien, pareciera estar lleno de enemigos ahí adentro», me dicen.
Estar en un penal debe ser terrible, más aún para alguien acostumbrado a los excesos y a sobajar a la gente, como lo hacía Javier Duarte. Ya no son botellas de 200 mil pesos, ahora es agua tibia o caliente; ya no es variada, costosa y exótica comida, ahora son huevos con frijoles; ya no son propiedades lujosas ni ranchos millonarios, ahora es un cuarto pequeño, húmedo, con cucarachas y arañas; ya no son acaudalados empresarios, ahora son líderes pandilleros; ya no son halagos o lambisconerías, ahora son amenazas y burlas.
Es probable que en la noche, cuando es hora de dormir en la cárcel de Matamoros, Javier Duarte se arrepienta y piense que se excedió, que se engolosinó, que se le fue la mano con los veracruzanos, o quizá, de plano, esté fraguando la manera de formar una empresa fantasma con los internos, esos mismos que hoy no lo quieren.