El Javier Duarte que vimos el pasado lunes en Guatemala es el mismo que gobernó Veracruz durante casi 6 años. Las actitudes altivas, displicentes, sobradas, ofensivas, e incluso, actuadas. Esa irreverencia ante los medios de comunicación, queriendo mostrar siempre amistad, «facilitándoles su trabajo», aunque en el fondo los reta, como siempre lo ha hecho.
A Javier Duarte le dijeron que en su primera audiencia dejó una pésima imagen en fotos y videos. No era para menos, el ex gobernador no esperaba ser localizado ni tampoco terminar exhibido como Mara Salvatrucha. Aquella ocasión sonrió poco, tenía torcida la boca, carecía de abogados de confianza, lo habían separado de su esposa, estaba pasmado y «lampareado» por una agresividad estilo viacrusis que nunca antes experimentó.
Javier Duarte sabía que su infiernillo en el penal de Guatemala no tenía por qué ventilarlo en su audiencia, no era el foro, más aún cuando encararía las acusaciones del Gobierno de Veracruz, o sea, de Miguel Yunes Linares, su acérrimo enemigo. Contra el panista siempre buscará medirse de «tú a tú», aunque en esta ocasión, lleve desventaja al traer esposadas las manos.
Es verdad que a buena parte de los mexicanos sorprendió ver a un Javier Duarte «recuperado», «repuesto», «renovado», «confiado», hasta como salido de un spa de lujo, con barba de hipster y cabello a lo Mara Salvatrucha, o por qué no, a lo Cristiano Ronaldo o Alan Pulido. A los veracruzanos no nos sorprendió, lo conocemos, era de esperarse.
Duarte volvió a sonreír con excesiva seguridad por una simple y sencilla razón: debía mostrarse fuerte ante Yunes Linares, lo cual incluye su imagen ante los medios de comunicación, misma que inició al salir de la camioneta que lo llevó a la Torre de Tribunales. Su estrategia actual no acepta verse enojado, preocupado, sorprendido u ofendido; tenía que ser el Javier de siempre, el «Juan Camaney».
Javier Duarte considera (y de verdad lo cree) que las acusaciones de la Fiscalía de Veracruz en su contra son «ligeras, vagas e irrisorias». ¿De verdad alguien esperaba que el ex mandatario, en plena audiencia pública, esa misma que vería Miguel Yunes por televisión o internet, mostrara sumisión ante los delitos que le imputa lo que él calificó como un «gobierno fallido»? No hay por qué sorprenderse.
Javier Duarte quiso dejar claro, al tomar el micrófono, que aceptaba la extradición porque quería enfrentar «de inmediato» las acusaciones de Veracruz, o sea, las del Gobernador Yunes. Se aproxima la pelea entre dos gallos que no sólo se conocen muy bien, sino que traen navajas afiladas.
La audiencia del pasado lunes fue el arranque de un nuevo episodio bélico entre Duarte y Yunes. Ambos, desde sus trincheras tenían que mostrarse dominantes, seguros, y así fue, siguieron el libreto. Primero Javier; poco después, Miguel.
Habrá que ver si Duarte mantiene su actitud altanera y desafiante en la audiencia del 4 de julio, cuando le lean las acusaciones de la PGR, las más graves, las que vienen «de arriba»: delincuencia organizada y lavado de dinero. Dudo que el ex gobernador recurra al mismo tono displicente empleado para referirse a la Fiscalía de Veracruz.
Javier Duarte no tenía por qué decir a los medios de comunicación si la pasaba bien o mal en el penal. Quejarse habría sido pésima estrategia, más aún cuando siempre presumió suficiencia y altanería. No olvidemos que su mismo equipo de abogados denunció, en un primer momento, maltrato y vejaciones a su cliente; después, compartí varios pormenores en esta columna.
Javier Duarte salió el lunes pasado a «javierduartear», tal como nos tiene acostumbrados a los veracruzanos. Es marca registrada.
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